MENSAJE DEL PRESIDENTE DEL PERÚ, DOCTOR MANUEL PRADO Y
UGARTECHE, ANTE EL CONGRESO NACIONAL, EL 8 DE DICIEMBRE DE 1939
Señor Presidente del Congreso Nacional:
Con honda emoción patriótica acabo de recibir de vuestras
manos la insignia presidencial de la República, que representa el más alto
título que una nación puede discernir a un ciudadano.
En cumplimiento de la voluntad del pueblo, expresada por
sufragio directo, de acuerdo con la Constitución del Estado, asumo la función
de Gobierno, la que ejerceré, sin olvidar un solo instante, que mi único deber
es velar por los intereses de la patria y por el bienestar de todos los
peruanos.
Pido al Todopoderoso ilumine mi espíritu y me haga digno de
tan insigne honor, porque cuando un hombre tiene la grave responsabilidad de la
suerte y el porvenir de un pueblo, muy presuntuoso y vano debe ser, para no
sentir en su corazón la necesidad de invocar el auxilio de la Providencia a fin
de que guíe sus pasos por el camino del acierto.
Y en este solemne instante de la vida del país, en el que
todas las miradas de la ciudadanía convergen hacia este recinto de las leyes,
donde la Representación Nacional, como viviente encarnación de la soberanía del
pueblo, recibe en su seno al Presidente de la República que cesa en sus altas
funciones y al nuevo Jefe del Estado que recoge la herencia del patrimonio
espiritual y material del país, no sólo para conservarlo celosamente, sino para
acrecentarlo y enriquecerlo; yo invoco los manes de los ilustres varones que
fundaron la República y de los que han realzado el mando supremo de la nación
durante la ya larga centuria de nuestra vida independiente, ante quienes me
inclino con veneración y presento a la vez, con la más pura emoción filial, mi
homenaje a la memoria del vencedor del Dos de Mayo de 1866, fecha gloriosa en
la que quedó consolidada la libertad del Perú y de la América.
Cumplo deber de justicia y un requerimiento indeclinable de mi
espíritu al rendir al ciudadano eminente, a quien tengo el honor de suceder en
la función de gobierno, mi sincera admiración y mi patriótico aplauso, por la
forma excepcionalmente feliz como ha dirigido los destinos nacionales,
habiéndose hecho acreedor a la gratitud de sus conciudadanos y al honroso
juicio de la Historia.
El Perú ha marcado en los seis últimos años una etapa
brillante de progreso, bajo la égida que ha sintetizado el pensamiento
directriz del orden, de la paz, y del trabajo, como factores esenciales para la
gran obra de la reconstrucción nacional; y el impulso dado a todas las
actividades útiles habría continuado dentro de los lineamientos y las
condiciones objetivas, que venían canalizando los cauces de su armónico e
integral desenvolvimiento, si un suceso de tanta gravedad y repercusión
universal como la guerra europea, no
hubiese venido a plantear nuevas situaciones a la economía de todos los
países por razón de la interdependencia inherente a la comunidad de la vida de
las naciones.
Pero nuestra actitud es de absoluta confianza y firme
optimismo y debe asistir a todos el convencimiento de que las oportunas medidas
de previsión impuestas por las circunstancias, se traducirán en una mayor
estabilidad y solidez en la satisfacción permanente de nuestras necesidades.
Miremos al porvenir sin zozobras ni inquietudes, apoyados en una fe
inquebrantable en nosotros mismos y en la comprensión y el patriotismo de
nuestro pueblo. Animados del espíritu de vencer, las dificultades transitorias
sólo tendrán el sentido saludable de una
escuela de esfuerzo, que vigoriza la voluntad y despierta las facultades
creadoras y activas del hombre.
Se ofrece, pues, a la acción del Gobierno un amplio campo de
experiencias y de posibilidades; y para que el país derive de esa acción todas
las ventajas a que tiene derecho en orden a su bienestar y prosperidad, es
indispensable que la organización del Estado adquiera la máxima eficiencia para el cumplimiento de sus
múltiples y elevados fines, de acuerdo con el ideario político y con el
programa de acción que he formulado y presentado a la consideración de la
ciudadanía y con los que ésta se ha identificado al pronunciarse en los
comicios electorales del 22 de octubre.
Deber primordial del Estado es asegurar las condiciones de su
propia existencia, salvaguardando su soberanía, sus intereses y la estabilidad
de sus instituciones. Y ese deber adquiere caracteres excepcionales, en estos
momentos en que el mundo confronta la crisis más profunda de los principios del
Derecho Internacional y de la organización social y política.
Felizmente los pueblos libres de América ofrecen el
consolador espectáculo de un orden jurídico arraigado en la conciencia
colectiva de todos ellos, que permite abrigar la grata esperanza de que la paz
no será perturbada y que sus diferencias encontrarán soluciones de armonía
dentro de la justicia y el derecho. Tampoco las luchas sociales constituyen en
América un peligro, porque un sentido de justicia humana abre gradualmente en
estos países camino a saludables y prudentes reformas, que al incorporarse a la
vida restan virulencia a los antagonismos de clase y dan base real y efectiva a
nuestra democracias.
El Perú contribuirá, en su esfera de acción, a todos los
esfuerzos encaminados a procurar el advenimiento de la paz y asegurar el
predominio del derecho en las relaciones internacionales y, de modo especial,
continuará prestando todo el calor de su entusiasmo a hacer efectivo el hermoso
ideal del Panamericanismo.
En el orden interno, el Gobierno dejará sentir su acción
garantizadora en todos los campos de la actividad nacional, afirmando el
sentimiento de seguridad indispensable para el normal y progresivo desarrollo
de la vida económica y cultural en todas las regiones del país.
Pero como sin estabilidad social es ilusoria la realización
de los fines individuales y colectivos, corresponde al Estado asegurar, en
primer término, esa estabilidad dando expresión legal a las condiciones
indispensables para la convivencia y la cooperación, haciendo reposar el
equilibrio colectivo en una elevada política honesta y progresista que
despierte y fortalezca los sentimientos de confianza del pueblo en sus
dirigentes y su adhesión espontánea y consciente a la acción gubernativa.
Será pensamiento central del Gobierno hacer efectivo el
control de Estado sobre los órganos de la administración en forma que la
ciudadanía tenga el pleno y absoluto convencimiento de que los intereses
generales están severamente cautelados.
La institución familiar, la administración de justicia, las
universidades, la educación en todos sus grados, los empleados públicos y
particulares, los obreros y campesinos, la asistencia social a favor de los que
carecen de capacidad para atender a sus propias necesidades, la salubridad y en
general todos los intereses humanos, a los que el gobierno que acaba de cesar
ha prestado solícita atención, encontrarán una firme garantía, dentro de un
profundo sentido de solidaridad social y de reconocimiento de la acción
amparadora del Estado.
El fomento de la riqueza privada y pública tendrá todos los
estímulos requeridos para su prosperidad y desarrollo, orientando las fuerzas
productoras hacia la más amplia satisfacción de las necesidades básicas del
pueblo en orden a su alimentación, vivienda, vestuario, medios para combatir la
enfermedad y progreso cultural, de acuerdo con las exigencias de un sentido
humano de la vida, propio de una organización social superior.
El plan integral de obras públicas en actual ejecución,
destinado a organizar y favorecer el progreso nacional en todos sus aspectos,
desde el problema vial y la irrigación, hasta las edificaciones escolares,
saneamiento, defensa nacional y fomento de todas las actividades de alta
cultura, continuará dentro de un ritmo creciente, con cuyo objeto promoverá el
Estado la explotación de las materias primas indispensables para cimentar las
bases del futuro desarrollo industrial del país, sin cuyo auxilio la
realización de un vasto programa constructivo en todo el territorio
significaría la emigración de grandes capitales para la adquisición de
elementos cuya fabricación está a nuestro alcance.
Dentro de una atmósfera de paz, de trabajo, de previsora
organización, de garantía para todas las actividades y los intereses, el
progreso material y espiritual del país encontrará un vigoroso estímulo y se
fortalecerá su crédito y su prestigio.
Factor esencial para el desenvolvimiento de la vida nacional
es la recta y rápida administración de justicia y el país espera de la
austeridad e ilustración de sus jueces, fecundas iniciativas encaminadas a tan
saludable fin.
El orden público, la integridad territorial y la soberanía de
la nación reposan en la fe y en el honor de los Institutos Armados y el Estado
no omitirá esfuerzo alguno para mantenerlos en el grado de eficiencia y
perfeccionamiento que requiere la importante función que les está encomendada.
Señores Representantes:
Los pueblos del Perú os han otorgado sus poderes para la
misión de mayor trascendencia que pueden ejercer los ciudadanos: auscultar la conciencia
nacional, estudiar sus necesidades, interpretar sus sentimientos, sus ideas y
sus aspiraciones, y dar a todos esos elementos de la realidad viviente del país
su expresión legal para que le sirva de vestidura, de amparo, de garantía, en
el desenvolvimiento de sus actividades.
Vuestra prudencia, sabiduría y patriotismo, es segura prenda
de acierto en la elaboración de las leyes, que serán fiel reflejo de la
conciencia jurídica del pueblo y no meras fórmulas abstractas extrañas a
nuestra realidad. Países integrados por grandes sectores de desigual cultura,
exhiben leyes que consagran las más avanzadas conquistas del derecho, olvidando
las condiciones étnicas, los usos y costumbres, el medio físico, el factor
económico, es decir los motivos concretos y determinantes de la conducta
humana. El Perú ha adquirido ya experiencia en tan ardua materia y la
ciudadanía debe abrigar firme confianza en que nuestros legisladores se
inspirarán en las enseñanzas de la historia y en la observación atenta e
integral de nuestra realidad.
Señores:
Al hacerme cargo de las elevadas funciones de la Presidencia
de la República, declaro, desde lo más hondo de mi conciencia ciudadana y de lo
más reflexivo de mi espíritu, que de acuerdo con mi credo democrático,
considero que el Perú al designarme Jefe del Estado me coloca en el puesto de
primer servidor de la nación, rol que encarna mi verdadero sentimiento cívico.
Inspirado en este concepto, empeño el solemne juramento y la promesa de honor
de dedicar todos mis esfuerzos, mi actividad y mis desvelos al austero
cumplimiento de este sagrado deber, cuya aspiración es el engrandecimiento y la
felicidad de la patria.
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