MENSAJE DEL PRESIDENTE CONSTITUCIONAL
DEL PERÚ, DOCTOR MANUEL PRADO Y
UGARTECHE, AL CONGRESO NACIONAL, EL 28 DE JULIO DE 1956
Señor Presidente del Congreso; Señores Representantes;
Excelentísimos embajadores:
Hace más de tres lustros que, en este mismo recinto de las
leyes, presté juramento ante la Constitución y los Santos Evangelios para
ejercer la Primera Magistratura de la nación.
Al entregar la banda presidencial el 28 de julio de 1945, al
elegido en los limpios y ejemplares comicios que presidí, tuve la satisfacción
patriótica de dejar la Casa de Pizarro, entre aclamaciones y aplausos que
tenían el claro sentido de aprobación pública a los actos de mi Gobierno
ejercido bajo el ritmo inalterable de orden, progreso y feliz convivencia.
Este ejecutoriado consenso, era el galardón que se podía
otorgar al ciudadano que descendía de la Jefatura del Estado con la conciencia
tranquila, la frente levantada y la satisfacción del deber cumplido para
confundirse con todos los peruanos, en el esfuerzo fecundo del trabajo.
Así permanecí tres años en el seno del país, rodeado del
afecto de mis colaboradores y de la lealtad de mi pueblo.
Más tarde, ausente de la patria, la voz insistente de mis
conciudadanos que anhelaban mi retorno a la Presidencia, se dejó escuchar en
forma reiterada y por intermedio de elementos representativos de los diversos
sectores. A esas insinuaciones me resistí en varias oportunidades hasta que el
llamado que se me hacía adquirió caracteres imponentes encontrando eco en la
conciencia de mi deber y de mi responsabilidad. Fueron, de este modo, las
fuerzas imponderables de la opinión pública, encarnadas en el movimiento
multitudinario que me proclamó su abanderado, las que me impulsaron a colocarme
al frente de esas enfervorizadas mayorías para conducirlas con altura y
serenidad, en el proceso electoral que justamente hoy, efemérides gloriosa de
nuestra independencia, tiene su honroso epílogo en esta significativa actuación
que lleva invívita la mística del credo democrático, que guiará nuestros pasos,
resoluciones y actitudes.
La halagadora madurez cívica que hemos alcanzado me persuade
de que asistimos al renacimiento de una etapa que tendrá el contenido
suficiente para acrecentar y enaltecer la obra que nos corresponde cumplir, no
en provecho de unos cuantos sino en el mejoramiento y felicidad de todos,
dentro del mutuo respeto que debe primar entre la autoridad y los gobernados.
El Estado será, en esta forma, un instrumento dinámico al servicio permanente
de los intereses colectivos, la síntesis de nuestro ideario y de la evolución
de los principios doctrinarios que enaltecen los valores de la persona humana.
Las profundas transformaciones que se operan en el mundo, nos convencen de que
han de ser arduas las tareas que nos esperan y delicadas las soluciones que
debemos dar a los problemas que se presenten. Para superarlos con buen éxito y
acertar en nuestras iniciativas, contamos con la amplia compresión de la
ciudadanía que reclamé en todo momento, para lograr la verdadera unión
nacional, no como una fórmula transitoria de carácter político, sino como un
postulado permanente y útil de noble empeño constructivo.
En mi programa, que es un derrotero preciso que el electorado
hizo suyo en los comicios del 17 de junio, he concretado puntos básicos, y
cuestiones esenciales que serán los preferentes objetivos de mi gestión
directriz.
Pero sabéis, señores Representantes, que todo planteamiento,
para ser efectivo, tiene necesariamente que reproducir beneficios prácticos.
De acuerdo con este criterio, procuraré –contando con la
colaboración de todos los sectores– impulsar vigorosamente nuestro progreso
material y nuestro desenvolvimiento económico, porque ningún sistema de arraigo
popular puede funcionar ni afirmarse cuando las clases menos favorecidas por la
fortuna no alcanzan a satisfacer sus necesidades primarias.
Las actividades nacionales, que tienen sus orígenes en la
riqueza potencial de nuestro suelo y en el esfuerzo creador de sus habitantes,
requieren, para su desarrollo y prosperidad, estar rodeadas de las seguridades
y garantías que solo pueden ofrecer los mandatos de la ley cuando ella emana de
un meditado estudio de nuestra realidad y se inspira, como supremo fin, en las
conveniencias generales.
El Ejecutivo someterá, oportunamente, a vuestra consideración,
proyectos que estime necesarios para el perfeccionamiento de nuestros sistemas
político, económico y social, requiero, desde ahora, las luces de vuestra
inteligencia, a fin de que les prestéis vuestra acogida, con el elevado
espíritu de cooperación, que debe existir entre los dos Poderes.
Anhelo profundamente que el Parlamento y el Gobierno
auspicien una completa y estable armonía, como condición para que grupos y
personas gocen de sus legítimas prerrogativas y autonomía. Así, sintiéndose
amparados en sus justas atribuciones, podrán colaborar a mantener la
convivencia en los planos de la ponderación y la cordura. De la manera como
aquellos se conduzcan y actúen en relación con el concurso que están llamados a
presentar al país, dependerá en gran parte nuestro ordenamiento legal y el
triunfo de la democracia, cuya esencia es el pleno juego de las ideas, sin que
esa liberalidad suponga imposición de credos o doctrinas sino expresiones
destinadas a orientar la opinión pública. Un partido no debe ser solamente
agrupación de un mayor o menor número de militantes, sino concreción de temas
afines, cuyo ejercicio primordial, como toda entidad de principios, es hacer
que sus plataformas cumplan su función vitalizadora dentro del organismo
nacional.
Pero, para que este armónico equilibrio se establezca, es
indispensable sustentarlo en los dictados de nuestra Constitución, dirigiendo
las energías e inquietudes cívicas por los cauces propios del derecho.
Trabajaremos únicamente para la patria, bajo los signos
promisorios de una franca y leal concordia. Haremos que el pueblo tenga noción
precisa de sus deberes y de las formas como debe expresar sus aspiraciones.
Unidos todos en el cumplimiento de este propósito nos dedicaremos por entero a
laborar por el bien común, al amparo de la paz creadora y de los dispositivos
de la ley.
Siempre me han merecido preocupación los intereses y
problemas de las clases laboristas dentro y fuera de la función pública, y con
ese espíritu de equidad inculcaremos el concepto de que los empleados y obreros
de la ciudades y de los campos no son sólo mano de obra o elemento mecánico.
Por el contrario, asignaremos a ellos su verdadero rol de factor importante de
la producción, de creador de riqueza y engrandecimiento del país y, sobre todo,
veremos en ellos a seres con derechos y necesidades por cuya satisfacción tiene
el Estado la obligación de velar adoptando medidas efectivas que los favorezca
real y permanentemente, fomentando el incremento de nuestra capacidad de
rendimiento y abaratando las subsistencias y la vivienda.
Destacada significación tiene la presencia de los
Excelentísimos señores jefes y miembros de las misiones especiales, con que las
naciones de todas las latitudes han querido dar mayor realce y prestancia a la
Transmisión del Mando.
Identificados por los mismos ideales de grandeza y
fortalecidos los vínculos que nos unen, nuestros países han hecho profesión de
fe del Derecho Internacional, rindiendo culto a la justicia y consagrando el
respecto recíproco e igualitario entre los Estados.
Acatando la invitación de honor que, en mi condición de
Presidente electo de la República, me formulara el Gobierno de la nación
panameña, me ha sido grato asistir a la conferencia conmemorativa del 130°
aniversario del primer Congreso Anfictiónico, concebido por el profético
pensamiento del Libertador en nuestra virreinal ciudad de Lima, donde tuvo su
origen la doctrina del panamericanismo, en 1824; se suscribió la invitación y
se redactaron los puntos básicos de la histórica Asamblea de 1826, que habría
de convertirse en luminaria inextinguible para los destinos de América y del
Mundo.
Leal a los principios esenciales de mi política de
solidaridad continental, he reafirmado en la célebre reunión de presidentes que
acaba de realizarse, que el Perú ocupará durante mi gobierno –como lo hiciera
en mi primer período presidencial, que coincidió precisamente con la duración
de la Segunda Gran Guerra– puesto de avanzada en la defensa del hemisferio
contra toda amenaza de infiltración totalitaria, dirigida a socavar los
fundamentos ideológicos sobre los que reposa inconmovible la organización
democrática de nuestros pueblos.
Señores Representantes: Llego por segunda vez a la
Presidencia de la República, ajeno a todo compromiso y con absoluta independencia
política, como resultado de la intachable elección popular que ha arrancado de la entraña misma de las
mayorías, en una de las más genuinas consultas de todos los tiempos, que se ha
expandido en corrientes espontáneas por los ámbitos del territorio y ha tomado
sustancia y forma en la conciencia de la peruanidad. Por consiguiente, mi
candidatura que encontró en el pueblo su fundamento y su razón de ser es desde
hoy un Gobierno al servicio del pueblo.
Con la visión clara del panorama que presenta el país, me
reconforta ver en cada uno de vosotros encarnada la auténtica delegación de
vuestros departamentos y provincias, cuyas necesidades y sentimientos conozco
en su misma génesis porque en mis giras por las distintas regiones llegué hasta
los más apartados parajes como gobernante llevando a sus pobladores el mensaje
de mis preocupaciones y de mi afecto; sentí emocionado la fuerza de sus anhelos
y percibí a través de sus demandas la palpitación estimulante de la patria.
Nos corresponde levantar las banderas del trabajo con
austeridad y rectitud, con la voluntad tendida a lo largo de las nobles
ambiciones de nuestros conciudadanos comprobando día a día la eficacia de las
medidas que adoptemos y haciendo al fin de cada jornada el cómputo de lo que
hemos realizado y de lo que nos falta por ejecutar. El resultado favorable que
obtengamos será la mejor respuesta que demos a la fe y a la esperanza que se
han depositado en nosotros.
Unidas nuestras funciones por los vínculos poderosos de esas
ansiedades vitales, daremos al régimen que iniciamos el verdadero sentido y la
trascendencia que aspira la nación, animados por los preceptos de la justicia
que nos hace el juicio de la historia.
Señores:
El singular honor que me ha discernido la soberana voluntad
popular exaltándome a la Primera Magistratura, me enaltece sobremanera. Hago la
firme promesa de que serviré al país, como siempre, con indoblegable energía y
decidido esfuerzo; y por mucho que haga por la grandeza de la República
ofrendándole si es preciso mi vida, nada será suficiente para corresponder a la
confianza que en mí ha depositado la nación.
Invoco a la Divina Providencia para que la fraternidad reine
dentro de los linderos de la patria, para que la democracia sea su más excelso
atributo, y para que el Perú adquiera la plenitud de su gloria por la que se
inmolaron nuestros héroes y lucharon nuestros libertadores.
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